Las Oficinas textiles se encuentran en el Barrio de Palermo, en el ultimo nivel de un correcto edificio de la década del 60 de triple frente rodeado de edificios que lo superan en altura por varios pisos y circundado por un entorno de nuevas torres de departamentos más altas aún. Esta situación lo hace una pieza urbana bastante infrecuente. Su azotea, unidad funcional independiente, estuvo desocupada por más de 30 años. Partida al medio por un fuerte desnivel, era mitad plateada desolación bajo el cielo y mitad amplia nave de estructura metálica.
Sacar ventaja de esta situación de grandes contrastes fue nuestro punto de partida.
La terraza de lapacho elevado es un remanso urbano. La decisión de construir el nuevo pabellón de oficinas limitando las vistas hacia la calle hace que ésta quede limitada, aislada. Rodeada entonces, por la pérgola de la entrada, el nuevo pabellón con su puente sobre el estanque, los ventanales industriales de la nave al final de las gradas y protegida por la torre-tanque de agua, toma el protagonismo de una plaza y las características de un claustro.
El nuevo pabellón de oficinas es galería de cristal, una puerta de madera, columnas de acero, superficies oxidadas y modernidad ascética, todo a un tiempo, sobre el oscuro estanque de plantas acuáticas, atravesado por un puente flota.
La nave reciclada, de cubierta metálica liviana, da el clima de amplitud y gran showroom que alberga estanterías de madera, tradicionales mesas para el corte de telas, viejos escritorios, ovilladoras manuales; todo es el marco justo para resaltar los colores y diseños de las telas exhibidas. Apenas se descubre que detrás, se esconden escritorios modernos equipados para el diseño.
Aquí arriba, el clima es distinto, la ciudad es lejana, distantes las torres. Abajo, la calle, corre apenas por 3 cuadras, aunque esté rodeada de avenidas, mantiene el clima tranquilo de la cortada.
Al caminante distraído, que se sienta atraído por al aroma de deliciosos macaroons parisinos, por el oscuro y provocativo chocolate envuelto en dorados papeles y por modernas bicicletas de otros tiempos que asoman desde lo alto, quizás la curiosidad lo anime a traspasar una puerta vidriada, frecuentemente custodiada por amables y bizarros personajes abrigados más de la cuenta. Al hacerlo, entrará a un mercado atemporal, recorrerá una cacofonía de colores y aromas de frutas y vegetales encerrados detrás de vidrios enmarcados por colores estridentes, iluminados por fríos fluorescentes intermitentes. Si avanza un poco más, esa misma curiosidad hará que descubra el ascensor al final del recorrido, que suba, que artaviese los niveles rodeados de autos. Pero, al llegar, jamás imaginará que en lo más alto del edificio, abriendo una pesada puerta metálica, lo esperará un oasis entre medianeras.